Tiempo Canfranc

viernes, 10 de junio de 2011

El SuperMaxi del Gol




El escritor uruguayo Daniel Baldi presentó el pasado día 6 un libro destinado a los lectores juveniles acerca de un ficticio jugador del Real Zaragoza y su llegada a la final de la Champions con los blanquillos.


El Súper Maxi del Gol
Daniel Baldi

Maxi es el hijo de un famoso jugador uruguayo de fútbol profesional a quien llaman el Súper Maxi del Gol, figura del Real Zaragoza de España. Esa temporada había sido espectacular para el club aragonés, como hacía mucho no sucedía, llegó a instancias definitorias de la Champions League de Europa.

Las transferencias a diferentes equipos hacen que la familia haya tenido que mudarse muchas veces de país. Al principio, Maxi Junior vivió el éxito de su padre con alegría; pero la fama tiene su precio. El hecho de no poder compartir muchos momentos importantes con el crack, y los constantes alejamientos de sus amigos y hasta de un amor, provocan entre padre e hijo permanentes conflictos.

Mica, su hermana no entiende por qué Maxi no disfruta de lo que están viviendo, y Julieta, su madre, intenta ayudarlo a comprender por qué es fundamental acompañar al futbolista en su exitosa carrera.

Para resolver el problema, el niño y su padre tendrán que tomar una difícil decisión.

El Súper Maxi del Gol es una historia emotiva y atrapante, donde en todo momento, el amor en sus distintas manifestaciones será un gran protagonista.



Ficha Técnica
Sello:Alfaguara InfantilIlustradores:Martín Santana Colección:Serie Naranja Páginas:156Publicación:02/06/2011Género:Novela Edad:Desde 10 años Formato:12 x 20

Así comienza el libro:

—Maxi acomoda el balón sobre el punto penal… —dice
José Vargas, el relator de radio más escuchado en Zaragoza—.
¡La tensión es total…!
Micaela, la hija menor de Maxi, aprieta la mano
de su madre, sin quitar los ojos de la pantalla.
—El portero inglés arquea las rodillas, con la
vista clavada en el balón, mientras el Súper Maxi del
Gol toma cinco pasos de distancia…
—Creo que el portero está un tanto más volcado
hacia su derecha —interviene Elías Arroyo, el comentarista
de Vargas.
—Maxi inicia el retroceso. ¡Momento de tensión
en el estadio! Si el Súper Maxi del Gol logra
convertir el penal, el Zaragoza, por primera vez en su
historia, se clasificará a la semifinal de la Champions
League…
Julieta baja la cabeza, no quiere mirar. En los
pies de su marido está la oportunidad de que el equipo
de la ciudad logre la hazaña más importante de su historia.
Fugazmente, se le cruza el recuerdo de las palabras
que él le dijo el pasado lunes, en el aeropuerto, antes
de salir hacia Londres: «Mi amor, ojalá logre quedar
en la historia del club. Y que tanto esfuerzo haya valido
la pena». Sí, tanto esfuerzo. La mudanza, el cambio de
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escuela de los niños, las concentraciones interminables,
y una gran popularidad, por la que no podían ni salir
a la calle… Ahora, sintiendo el pulso de su hija en la
mano, Julieta vuelve a mirar la pantalla. Ruega «por
favor» en el instante en que las cámaras captan un primer
plano del esposo. Él, al igual que el arquero inglés,
está concentrado en la pelota. El árbitro da la orden.
—¡A ver, Maxi, vamos! —arenga Vargas—, haz
que toda esta ciudad y el país entero festejen tu hazaña.
—¡Vamos, Maxi Gol! —grita Arroyo, en el
momento en que la superestrella inicia la carrera hacia
la pelota.
Maxi Júnior —Maximiliano—, el hijo mayor
del Súper Maxi, observa la jugada desde el otro extremo
de la sala. A diferencia de su hermana y su madre, su
postura es más relajada, más desinteresada, que la de
las mujeres. Pero igual sigue atentamente lo que su
padre está por hacer.
—¡Ahí va Maxi! —vocifera Vargas—, ¡corre,
va!, ¡estááá, le pegóóó…! ¡¡¡Goooool!!!
Estalla Zaragoza, estalla España. De fondo, en
la radio comienza a sonar una canción en la que se repite
«¡Que viva España!», mientras José Vargas y Elías
Arroyo se abrazan en la cabina del estadio del Arsenal,
festejando el hecho más importante de la historia de su
amada institución.
En el living de la casa, Mica es la primera en
saltar, seguida de su madre, mientras en la televisión el
Súper Maxi corre revoleando la camiseta al encuentro
de sus compañeros. Se tiran unos sobre otros, mientras
los relatores vitorean una letanía interminable:
—¡Uruguayo! ¡Ídolo, uruguayo…! ¡Uruguayo!
¡Ídolo! ¡Uruguayo...!
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Mica y Julieta saltan alborotadas. Pero ahora es
Maxi Júnior el que baja la cabeza. Hasta que, cansado
de la euforia desatada por su madre y su hermana, les
pide, enojado, que se callen.
Julieta es la primera en detener los festejos.
Enseguida se arrima a él, preocupada.
—¿Qué pasa, mi amor? —le pregunta.
El niño se larga a llorar. Su hermana se vuelve
al sofá y continúa mirando la televisión, en silencio.
—Mi amor —repite Julieta—, ¿qué pasa?
Maxi Júnior levanta el rostro hacia ella, y dos
lágrimas resbalan por sus mejillas.
—Papá pasó de fase y juega de nuevo el miércoles
que viene —gimotea.
En ese momento, Julieta cree entenderlo todo.
Hace cuatro años, cuando el padre había vuelto de Emiratos
Árabes para jugar, en San Lorenzo de Argentina,
la Copa Libertadores de América, pasó concentrado el
día del cumpleaños de su hijo. Esa vez fue la primera
que se perdió un cumpleaños. Al otro año llegó el pase
a México y se perdió el segundo por jugar un partido
entre semana. El tercero fue por tener que viajar a jugar
un partido amistoso con la selección uruguaya. El año
anterior, jugando en el Paris Saint-Germain de Francia,
fue por un partido más de la Champions League. Y
este, el quinto consecutivo, sería por la semifinal de ese
torneo. Esto, al niño le dolía tanto, que su último cumpleaños
en París no había querido celebrarlo, pasando
ese día encerrado en su cuarto y recibiendo la única e
incondicional compañía de Simona, una compañera
de clase que se había transformado en su mejor amiga.
En sus primeros años de vida, Maxi Júnior era alegre,
simpático, con la mirada chispeante, amante del fútbol,
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hasta tal punto que se la pasaba el día entero jugando
a la pelota, ya fuera solo o con amigos; sin embargo,
desde el año anterior en Francia, su ánimo venía cayendo
estrepitosamente. Era como si toda esa alegría
que lo había caracterizado alguna vez se estuviera
evaporando, siendo ahora, en España, un niño triste,
taciturno, que todo el día permanecía callado, jugando
en su cuarto con la playstation o escuchando música
con los auriculares, a todo volumen. El fútbol ya no le
gustaba; es más, parecía odiarlo.
Este año, la historia volverá a repetirse.
—No puedo creer que festejen tanto —sentencia
y se va para su cuarto.
Julieta se vuelve hacia su hija y ve que esta la
mira.
Mica comparte el mismo deseo irrefrenable de
su padre por llevar a su nuevo equipo español a una
semifinal del torneo más prestigioso del mundo. Ella
entra con su padre a la cancha muy seguido y ama
cada vez que en la escuela sus compañeros le dicen
que la han visto en la tele. Le encanta verles las caras
de asombro cuando se enteran de que ella es la hija del
Súper Maxi del Gol. Adora el fútbol y sobre todo a su
máximo ídolo: su papá. Por lo que ahora sinceramente
no entiende la actitud egoísta de su hermano mayor, de
once años —cinco más que ella—, quien siempre se
rehúsa a ir a la cancha a ver los partidos de su padre y
no disfruta nada del espectáculo.
Julieta se sienta a su lado.
—Tu hermano vivió más cosas que vos —comienza
a explicarle—. Vivió en Uruguay, Argentina, Rumania,
Emiratos Árabes, de nuevo Argentina, México,
Francia y ahora acá. Y sufrió mucho todos esos cambios.
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Mica arruga el entrecejo tratando de comprender.
Cada vez que Julieta ve los pliegues que se le forman
en la frente a su hija cuando se concentra, le parece
estar viendo a su marido.
—Pero yo también viví en esos países —deduce
Mica.
—Pero vos eras una beba —contesta su madre—
y él era un niño que ya comenzaba la escuela, y
a tener amigos —agrega sin poder evitar el recuerdo
de Simona en ese momento. Francesa, de padres italianos,
Simona había llegado a cautivar de tal manera
a su hijo que separarse de ella había sido la gota que
rebasó el vaso.
Mica asiente, no del todo convencida. Miles de
preguntas se le agolpan en la mente, pero entiende que
en ese momento lo más importante es que su madre
vaya a ver a su hermano.
—¿Me dejás ir…? —le pide Julieta, y la niña,
acostumbrada a este tipo de berrinches en Maxi, le
contesta que sí.
Al quedar sola en el living, vuelve a mirar la
televisión. En ese momento su papá, con el torso desnudo,
está brindando una entrevista desde el campo de
juego. Emocionada, se acerca al televisor, preguntándose
por qué diablos su hermano no puede disfrutar
como lo hace ella.

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